Lo primero que quiero decirte es que nunca he estado en Pakistán.
Será mi primer viaje al corazón del Karakórum, al Baltoro y al mágico Parque Nacional Deosai. Y sí, puede que pienses:
«¿Cómo es que alguien organiza un viaje a un lugar donde nunca ha estado?»
Déjame contarte algo: cada vez que vuelvo de un trekking, hay una chispa dentro de mí que me lleva a soñar con el siguiente destino, con explorar algo nuevo, desconocido y emocionante.
He guiado trekkings en Marruecos, cruzando los valles del Alto Atlas; he compartido buenos momentos en las espectaculares montañas de Nepal, entre gigantes como el Annapurna y el Manaslu, y llevo años recorriendo los Pirineos.
Si algo me ha enseñado todo este tiempo es que no se trata solo de llegar al destino, sino de cómo lo recorres y con quién lo compartes.
Pakistán lleva tiempo susurrándome al oído. El Baltoro, con su majestuosidad, me atrae como un imán. Caminar por sus senderos, rodeado de las montañas más altas del mundo, no solo es un desafío físico, sino un regalo para nuestra mente.
Pero lo que realmente hace especial este viaje no son solo las montañas, sino la gente que las habita y las llama hogar: porteadores, guías locales y pastores que nos acompañarán con historias, sonrisas y esa calidez que te hace sentir bienvenido, incluso en un lugar tan remoto.
Cuando dejemos atrás el Karakórum, las vastas planicies de Deosai nos esperan.
Allí, la calma y la inmensidad lo envuelven todo. Marmotas asoman curiosas, y, con suerte, el majestuoso oso pardo del Himalaya o el esquivo leopardo de las nieves podrían sorprendernos.
Veremos cielos tan llenos de estrellas que parecerán sacados de un sueño. Y compartiremos un té con los pastores de la región, quienes viven en perfecta armonía con la naturaleza y nos invitan a ver el mundo desde su perspectiva sencilla y auténtica.



